martes, 30 de enero de 2007

DECLARACIÓN DE AMOR A FIDEL CASTRO


Mi muy querido Fidel de toda una vida,

Hace varios años llegó hasta mi oficina una gringa de nombre Georgie Anne Geyer, quien más tarde escribió una fantasiosa y tendenciosa biografía tuya, titulada “Guerrilla Prince”, diciéndome que había viajado a Bogotá a entrevistarme porque le habían dicho que yo era la amante que tú más habías amado. Fue un choc y una tremenda sorpresa para mí, porque en ese instante realicé que nunca se me había pasado por la mente mirarte como a un hombre, ya que siempre tuve la impresión de estar hablando con un ser hecho de la misma carne de los dioses del Olimpo. Tú, en cambio, y es natural, me preguntaste alguna vez: “¿Y qué haces tú en la cama con ese filósofo griego de tu marido?” Lo más probable es que tú ni te acuerdes de esa anécdota, porque mientras yo he vivido 70 años, tú has vivido 1.000.

De modo que esta declaración pública de amor se la hago a quien, desde que era muy joven, he considerado como una puerta abierta a la eternidad de la historia. En esa “n” dimensión puede también existir el amor apasionado y agradecido. Es lo que vengo hoy a declararte, porque tú hiciste posible que la tragedia del 9 de abril de 1948 - cuando asesinaron a mi papá y se partió en dos la historia de Colombia, que entró en una era de violencia política que dura más de medio siglo – la hayas convertido en la fecha en que se le dio inicio a la concepción de la Revolución Cubana que vio la luz el 1º de enero de 1959.

Es decir, que aquel sangriento día en que el pueblo colombiano se insurreccionó a la manera de un volcán en erupción, en lugar de ser una fecha de sacrificio sin victoria, gracias a que tú serviste de médium, se transformó en la partera del proceso socialista en la América Latina.

Debo relatar los hechos que desembocaron en aquella “chispa” que provocó en tu conciencia el 9 de abril de 1948 para que, los lectores de esta declaración pública de amor, entiendan cuáles son las razones por las cuáles pongo como fecha primera de la Revolución Cubana ese 9 de abril, con lo cual los colombianos podemos descubrir que todo aquel inmenso dolor colectivo se transformó en la gestación de una gesta victoriosa.

En aquel año de 1948 el General George C. Marshall era una de las figuras claves de la posguerra. Había propuesto para Europa, a fin de frenar el avance comunista, la conformación del llamado “Plan Marshall”, reforzándolo en 1947 con la fundación de la CIA.

Para América Latina Marshall había ideado la creación de la OEA, para lo cual propuso la realización en Bogotá de la “X Conferencia Panamericana” y, a fin de detectar a los posibles amotinadores que pudieran atentar contra el evento y contra él mismo, lanzó, a través de sus agentes de la CIA, el rumor de que había que preparar un “Congreso estudiantil” que se enfrentara a la conferencia pro Yanky, enviando espías de la CIA para que le siguieran la pista a los que respondían al rumor. Esa es una vieja táctica maquiavélica, ideada por los servicios de inteligencia alemanes desde la época de Goebels – según nos lo refirió un día en Santiago de Chile, al Presidente Salvador Allende y a mí, nuestro querido amigo Piñeiros (Barba Roja) jefe de la policía cubana. – que consiste en impulsar y fomentar organizaciones y eventos aparentemente revolucionarios para que atraigan, acerquen y aglutinen a los rebeldes, para así ser fácilmente identificados por los servicios de inteligencia.

Por ello, paralelamente a la difusión del rumor de que se iba a realizar una conferencia estudiantil, Marshall hizo que la CIA enviara a varios de sus agentes, escogidos entre jóvenes estudiantes latinoamericanos, para que realizaran, como es lógico y natural, un trabajo de inteligencia para ver si se estaba fraguando un atentado contra él.

Tú y yo hemos identificado a algunos de esos estudiantes que vinieron a Bogotá con ese propósito, lo que no los condena, porque todo órgano de seguridad envía agentes para prevenir un posible e hipotético atentado contra algún personaje importante de su respectivo país que vaya en misión a otra nación. Eso es lógico, normal y en ningún momento censurable, ni por parte del gobierno que lo hace, ni por parte del agente casual que desempeña temporalmente ese oficio.

Es por eso que nunca he señalado acusatoriamente a la CIA por haber utilizado a unos estudiantes latinoamericanos, no residentes en Colombia, para indagar sobre cualquier atentado que se estuviera fraguando contra Marshall en ese momento. El objetivo fundamental era contactarse con los estudiantes y los obreros gaitanistas, ya que ellos ya habían empapelado la ciudad de Bogotá con unos afiches que exhibían una caricatura que mostraba a Marshall con la mano en alto, al estilo fascista, gritando Heil Hitler, realizada por un talentoso joven venezolano, de origen judío, llamado León Levy, que había llegado años atrás a Bogotá huyendo de la persecución de que era objeto en su país por haberse opuesto al golpe militar fraguado contra Isaias Medina Angarita. Era normal, entonces, que los norteamericanos quisieran saber si ese alebrestamiento estudiantil podía ir más allá. Me parece lógico que los gringos quisieran “prevenir” en lugar de tener que lamentar. Estaban en todo su derecho. En lo que se equivocaban era en pensar que los gaitanistas podían ser terroristas, cuando lo que venían siendo era víctimas del feroz genocidio, premeditado, sistemático y generalizado que se había iniciado desde el gobierno.

Me cuenta Felipe Abisambra, a quien tú recibiste con honores en La Habana por haberte servido de cicerone en Bogotá cuando, sin contacto alguno, llegaste al aeropuerto de Techo y, al verlo con unos libros debajo del brazo, le preguntaste si él era estudiante de la Universidad Nacional de Colombia y si era gaitanista. Al saber que sí lo era, relata Abisambra, le pediste de inmediato que te llevara a conocer a los grupos universitarios gaitanistas de la Nacional. Pero antes, el te llevó al Hotel Claridge, de donde su padre acababa de liberar una habitación, pensando que sería el único lugar donde encontrarías alojamiento porque, como te lo dijo, Bogotá estaba totalmente copada porque se estaba realizando en ese momento la IX Conferencia Panamericana ideada por Marshall para crearle un freno al comunismo en la América Latina.

Una vez tú instalado, cuenta Felipe Abisambra, que salieron hacia la Universidad Nacional donde te conectó con los comités estudiantiles gaitanistas. Luego le pediste que te contactara con los sindicalistas. Así lo hizo Felipe, que trabajaba en aquel entonces en las petroleras de Barrancabermeja, por lo que era sindicalista. En aquella reunión se encontraban varios dirigentes comunistas que estaban acercándose al gaitanismo después del rotundo triunfo de este movimiento en las elecciones de 1947. Te pidieron las credenciales que te acreditaban como dirigente estudiantil, pero tú las habías olvidado en La Habana. No obstante, los sindicalistas gaitanistas insistieron en que hablaras sobre la situación política en Centro América y el Caribe. Cuenta Felipe que estuviste brillante.

Enseguida pediste que Felipe te contactara con mi papá, lo que a él le quedaba muy fácil porque su familia era muy cercana a la mía. Mi papá te recibió rápidamente el 7 de abril, lo que quedó marcado de su puño y letra en su agenda personal, ya que mi papá era de un orden extremado. Anotaba en forma riguroso e inmancable todas sus citas, las que cumplía con estricta puntualidad, lo que le hizo decir al Embajador de los Estados Unidos en Colombia que esa característica suya lo hacía “una persona muy peligrosa”.

Fueron a la reunión con mi papá, Rafael del Pino y tú, acompañados por Felipe. Cuenta Abisambra que papá, al saber que eras abogado, te regaló el libro de sus Defensas Penales, recién editado por Camacho Roldán y también te dio una copia de la Oración por la Paz, donde señala sin ambages al Presidente Mariano Ospina Pérez como gestor del genocidio al Movimiento Gaitanista que se había desatado en 1946.

Felipe recuerda que mi papá te insistió mucho sobre la importancia que tienen los líderes que hacen el papel de antena para interpretar al pueblo, en lugar de presentarse como el flautista de Hamelin.

No sé si tú conocías ese cuento y entendiste lo que mi papá quería decirte, pero ahora pienso que talvez mi papá te estaba advirtiendo que él sabía que se había lanzado el rumor de un hipotético congreso estudiantil, que no era más que una carnada para atraer con “su flauta mágica” a los niños y a los ratones. Te recuerdo someramente parte del cuento, que más que todo es una fábula:
La ciudad de Hamelin se había llenado de ratones y dice el cuento que “ante la gravedad de la situación, los prohombres de la ciudad, que veían peligrar sus riquezas por la voracidad de los ratones, convocaron al Consejo y dijeron: "Daremos cien monedas de oro a quien nos libre de los ratones". Se presentó un hombre que “mientras se paseaba, tocaba con su flauta una maravillosa melodía que encantaba a los ratones, quienes saliendo de sus escondrijos seguían embelesados los pasos del flautista que tocaba incansable su flauta”, hasta que llegó a “un caudaloso río donde, al intentar cruzarlo para seguir al flautista, todos los ratones perecieron ahogados”. Los prohombres se negaron luego a pagarle la recompensa al flautista quien volvió con su flauta a tocar una bella melodía que arrastró tras de sí a los niños de la ciudad, que desaparecieron para siempre como los ratones.
Creo que podemos llamar esta advertencia que te hizo mi papá como la “táctica del flautista de Hamelín”, que fue lo que sucedió con el lanzamiento del rumor de que un Congreso estudiantil iba a realizarse.
Después de esa reunión con mi papá, donde naturalmente no se mencionó el dicho congreso porque era solamente una “idea” que flotaba vagamente en el ambiente y mientras se pensaba en conseguir un punto de encuentro para el comité organizador que necesariamente habría de conformarse, un pequeño grupo de estudiantes conformado por el dominicano Manuel Lorenzo Carrasco, por el venezolano León Levy y los colombianos Manuel Zapata Olivella, Guillermo Peña, David Rosental y Felipe Abisambra, se reunió un par de veces en la sede de la CTC, donde se habló del posible congreso pero, finalmente, no se llegó a nada. A esas dos reuniones tú y Rafael del Pino asistieron.
Llega el 9 de abril de 1948 y tú te encuentras en la calle cuando como pólvora se regó la noticia de que habían atentado contra mi papá. Algunos periodistas han inventado que tú asististe la víspera del magnicidio a la defensa penal que hiciera mi papá del teniente del Ejército Cortés Poveda, defensa que terminó el mismo 9 de abril en la madrugada, 12 horas antes de que se llevara a cabo el crimen.

Tú y yo sabemos que tu no fuiste a esa famosa defensa, pues para asistir a una audiencia donde mi papá intervenía había que pedir con varios meses de anticipación un permiso especial para entrar, ya que aquello era un espectáculo de conocimientos jurídicos, de técnica forense, de capacidad de análisis y de oratoria sin igual, que atraía a un público multitudinario. Ni siquiera una persona tan allegada a mi papá como Felipe Abisambra consiguió entrar a la audiencia.

También inventaron que a la salida de la audiencia, cuando papá era sacado en hombros, alcanzó a citarte para ese mismo día 9 de abril en su oficina para las dos de la tarde, cita imposible porque mi papá tenía ya planeado un almuerzo con algunos de sus amigos para discutir lo que ocurriría en el Ejército si ganaba el pleito, ya que de inmediato se partirían en dos las Fuerzas Armadas. Por un lado quedaría la oficialidad apoyándolo y por el lado de la oligarquía se quedarían los generales. Era, además, la última barrera que rompía mi papá en el avance del Movimiento Gaitanista hacia el poder. Es por ello que ninguna cita figura en la agenda de mi papá el 9 de abril, día en que salió a almorzar a la una de la tarde. ¿Cómo iba a poder estar de regreso tan sólo una hora después, a sabiendas de su legendaria puntualidad, cuando se trataba de un almuerzo de una importancia extrema? No era propiamente el objetivo de ingerir un sandwich de comida rápida de un empleado de banco al que sólo le dan una hora de almuerzo.

Cuando estalla la revuelta, por las descripciones que varias veces me has hecho personalmente de los eventos de ese día, que se ajustan a la verdad - a diferencia de algunas de las cosas que transcribió Arturo Alape, que en las diversas ediciones que de su libro El Bogotazo se han hecho, en veces se contradice - tu siempre hiciste énfasis en tus relatos en cómo te deslumbraste al comprobar la fuerza que tiene un pueblo insurrecto.

Tus emotivos relatos, que acompañabas a veces subiéndote a la silla donde habías estado sentado, me han hecho siempre pensar en lo que le sucedió a Pablo de Tarso, originalmente Saulo, cuando en camino hacia la ciudad de Damasco tuvo una visión de Jesús, lo que le abrió a él las puertas al cristianismo y permitió que el cristianismo se expandiera por el mundo.

Tú hasta abril de 1948 eras rebelde, no un revolucionario, y eras un algo foquista cuando llegaste a Bogotá, pero al ver al pueblo sublevado tuviste una iluminación: reconociste al pueblo en su grandeza, valoraste su gigantesco potencial de lucha y su insustituible papel protagónico en los procesos auténticamente revolucionarios. Ese día captaste, con tu indiscutible genialidad, que “el pueblo es superior a sus dirigentes”, como decía mi papá y allí fuiste fecundado con la idea de forjarle el camino al pueblo para que éste avanzara, no ya hacia el gobierno, sino hacia el poder.

En cambio, la gente “normalita” (que desafortunadamente es la mayoría), no vio o no quiso ver en el 9 de abril en Bogotá otra cosa sino un pueblo emborrachándose, incendiando y saqueando. ¡Qué miopía! Por eso del nombre correcto que inicialmente se le daba a ese acontecimiento, al llamarlo “la revolución del 9 de abri”l, la prensa oligárquica y los historiadores a sueldo comenzaron a calificar ese día como “El Bogotazo”, en una clara maniobra de guerra psicolíngüística, para darle una connotación peyorativa a un suceso que, en realidad, fue heroico.

En cambio, tú viste lo que había que ver: la dimensión gloriosa del pueblo en los procesos históricos.

¿Cómo entonces no amarte con pasión? ¿Cómo entonces no estar hondamente agradecida porque convertiste una fecha nefasta y frustrante para el pueblo colombiano en la cimiente de un proceso que logró enraizar la primera revolución socialista del Continente Americano y que hoy en día se está proyectando a toda Nuestramérica como lo soñó el Che?

Tú no viniste a Bogotá al Congreso de Estudiantes, porque esa era una idea aún gaseosa, de la que antes de llegar a Colombia no tenías noticia, como me lo han ratificado los pocos que en aquel abril de 1948 oyeron hablar del asunto, porque durante todos estos años yo me he puesto sistemáticamente a preguntarle a todos los estudiantes y profesores universitarios de aquella época sobre qué sabían de ese congreso estudiantil y nadie tenía información sobre los preparativos y estructura del congreso, fuera de los muchachos aún vivos, que se reunieron en la CTC. Al único que no pude interrogar fue a Manuel Lorenzo, al que tu debes recordar como “Manolo”, porque murió poco tiempo después en un intento de invasión revolucionaria a Santo Domingo, que fracasó porque los delataron.

Tú y yo sabemos a qué viniste, y no propiamente, como lo dicen los oligarcas continentales a asesinar a mi papá, como lo han difundido sus asesinos intelectuales para lavarle las manos a la CIA que obró de común acuerdo con el gobierno bipartidista, liberal y conservador, conformado en lo que cínicamente se llamó en ese momento la Unión Nacional.

Tú no viniste, claro está, probado está, a matar a mi papá, viniste traído por el destino para que, como San Pablo, el pueblo colombiano te iluminara y entendieras el papel de gigante que cumple el pueblo en los procesos revolucionarios.

Esto tenía que decírtelo antes de que tú o yo nos fuéramos de este mundo. Y no lo hago porque estás enfermo, sino porque mis meses están contados. He decidido que el 20 de septiembre de 2007, como lo he dejado escrito en mi TESTAMENTO que aparece en mi blog ¡A LA CARGA! (http://glorigaitan.blogspot.com/), cuando festeje mis 70 años, si de aquí a allá no me cumplen quienes me han hecho promesas de apoyar la refundación del Instituto Gaitán, si no se ejecuta a cabalidad lo ordenado por las leyes y acuerdos aprobados por los poderes legislativos de Venezuela y Colombia en homenaje a mi padre, si no logro los recursos para la realización del Congreso de la Memoria para conmemorar el 60 aniversario del magnicidio de mi padre, que tendrá lugar en el año 2008, y con tal motivo inaugurar el Museo del Genocidio al Movimiento Gaitanista, si no logro que la Casa-Museo Gaitán vuelva a manos de quienes comparten el ideario gaitanista y se le quite su manejo a quienes quieren enterrar su memoria revolucionaria para convertirlo en instrumento útil de la derecha, yo iniciaré ese día 20 de septiembre un ayuno. No una huelga de hambre, porque sufro de hipertensión, lo que no me permitirá ir más allá de una semana sin comer y la huelga de hambre pierde entonces todo sentido como herramienta de resistencia y lucha. Creo, etnocnes, que con este gesto definitivo dejaré históricamente sentada mi protesta contra el gobierno de Álvaro Uribe, autor intelectual y material del segundo asesinato de mi padre, el asesinato de su espirito, peor que el asesinato físico, porque es la destrucción de la MEMORIA HISTÓRICA, del legado de un líder socialista, antiimperialista y anticapitalista, para convertirlo en un mito “pan-y-aguado”, carente de impronta revolucionaria y despojado de su legado ideológico que es, sin duda alguna, enemigo de todo lo que representa el actual gobierno de Colombia y sus secuaces: los paramilitares, los narcotraficantes y la oligarquía.

Ahora bien, de ti depende en grado sumo que mis peticiones, que tienen una fecha límite, se cumplan, porque ya sabemos que “una palabra tuya bastará para sanarme”.

Con afecto infinito,

GLORIA GAITÁN
Correo-e: glorigaitan@yahoo.es

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